¿No está la guerra en la naturaleza humana?

¿Coexistencia por el 99% de nuestro pasado?

La historia que nosotros comúnmente nos contamos y contamos a nuestros hijos acerca de nuestro pasado está subyacente a nuestra desesperanza. Esa historia dice que las personas han estado haciendo la guerra entre ellas desde los inicios de la humanidad. Escarba la superficie de la civilización y encontrarás un Kosovo o Ruanda.

Para los últimos diez mil años que es el ultimo 1% de la evolución humana existe clara y abundante evidencia de violencia organizada y de guerra. Esta evidencia está en los huesos incrustados por puntas de flechas, en las fosas comunes, en los restos de fortalezas militares, en las poblaciones arrasadas violentamente, y en el arte primitivo representando escenas de guerra. La mayor parte de la evidencia de violencia antecede la etapa que conocemos como civilización definida como la construcción de ciudades, la invención de la escritura y el nacimiento del Estado. Asimismo, es difícil dudar que la violencia y la guerra dejan clara marca en los registros arqueológicos.

Lo que es sorprendente entonces es que evidencia clara de violencia organizada es muy escasa para el periodo anterior a los ultimos diez mil años. Para el periodo de diez a catorce mil años atrás solo hay dos creíbles evidencias de violencia de pequeños grupos: un cementerio en Jebel Sahaba, Sudán, y pinturas rupestres en Arnhem Land, Australia. Ambas parecen haber ocurrido en las postrimerías de un cambio ecológico catastrófico. Aparte de ello, otra evidencia son alrededor de nueve esqueletos que sugieren asesinatos individuales esparcidos en el tiempo, pero que no demuestran la existencia de guerra.

Ello no significa que nuestros ancestros nunca cometieron asesinatos. Ciertamente ellos lo hicieron. Pero todo indica que ellos han coexistido mucho más que el tiempo en el cual han estado envueltos en conflictos. Y no estamos hablando de un insignificante periodo de tiempo, sino del 99% de nuestra presencia en la Tierra.

Falsas polaridades

Por largo tiempo el debate ha sido, sobretodo, antropológico: Los humanos son agresivos por. naturaleza o es que la agresión es aprendida? La Guerra tiene o no un fundamento genético? La respuesta no es una ni la otra, sino ambas. Las polaridades resultan ser falsas polaridades. En estos temas no hay absolutos; cada cosa depende del grado. Si uno sólo ve absolutos, olvida los grados. Y es exactamente en los grados donde están las respuestas a las preguntas de cómo la humanidad ha podido entenderse en el pasado y cómo puede entenderse en el futuro.
El debate, generalmente fiero y emocional, desafortunadamente se desvanece cuando tanto científicos como especialistas coinciden. Pocos niegan que los humanos son capaces tanto de actuar violentamente como de controlar la violencia. La mayoría reconoce que los seres humanos a veces viven en una condicion permanente de Guerra pero también que a veces viven en una permanente situación de paz.

Si los seres humanos fueramos tan inevitablemente agresivos como frecuentemente hemos sido representados&.. porque no nos hemos matado unos a otros mucho más de lo que en realidad lo hemos hecho? Toda la policía del mundo sería incapaz de evitar que la gente haga cosas que surgen naturalmente. Si la guerra es nuestro estado natural, por que la gran mayoría de conflictos no terminan en violencia? Como así las sociedades humanas pueden vivir en paz interna y coexistir no violentamente con sus vecinos por largos períodos de tiempo?

Sólo porque de manera natural nosotros comamos no significa que debamos comer en exceso. Sólo porque disfrutemos tener sexo no supone que necesitemos realizar violaciones sexuales. El que a algunas personas les guste dominar no significa que necesitemos esclavizar a los demás. El que la agresividad sea innata no implica que la violencia y la guerra sean inevitables. En efecto, no hay nada malo en la agresión en sí misma, así, entre los primates, las hembras usan moderadas formas de agresión para enseñar a sus crías el comportamiento correcto. Todo depende de cómo se expresa la agresión y cual es el propósito de ella.

Capaz de hacer la guerra, capaz de hacer la paz

El carácter humano es extraordinariamente flexible, como ha sido reflejado en la variación extrema de las tasas de violencia. Algunas culturas autóctonas como los Waorani de Ecuador manifiestan niveles de violencia casi mil veces más grandes que otras, como la de los Semai de Malasia. O consideremos el contraste entre Inglaterra y Colombia, más de cincuenta veces más violenta. Algunos de nosotros viven en sociedades que asemejan los niveles de violencia de Inglaterra, otros en sociedades que se parecen más a Colombia, y muchos de nosotros en algún lugar con tasas intermedias. Por sí solo, el nivel de variación sugiere que la naturaleza humana no es el único factor a considerar. Uno no encuentra sociedades completas donde se coma o haga el amor diez veces más que en otras.

La variación deriva, en gran medida, en cómo las personas escogen manejar sus diferencias. La violencia no es un fenómeno autónomo sino una elección entre muchas otras maneras de resolver disputas. Las personas están constantemente lidiando con conflictos, los suyos propios y los conflictos de otros, eligiendo qué procedimiento utilizar. Los seres humanos son, en otras palabras, administradores de conflictos.

Nuestras asunciones comunes acerca de la naturaleza humana están equivocadas. No somos por naturaleza simios asesinos. Ello tampoco significa que somos pacíficos por naturaleza. En vez, somos capaces tanto de respuestas destructivas como de respuestas constructivas. La respuesta a la afirmación: ¿Está la guerra en la naturaleza humana? Sí, y también la paz.

Nuestro potencial de cambio

Dada nuestro consumo diario de noticias sobre guerras, violencia urbana, huelgas, procesos judiciales y confrontaciones políticas, es entendible que tengamos la imagen convencional de los seres humanos como individuos predispuestos a la violencia. Eso no considera, sin embargo, un tema fundamental: la mayor parte del tiempo, la mayoría de personas vive en armonía. Aunque quizás no hayamos pensado mucho en ello, lo sabemos por nuestra experiencia personal. A pesar de temperamentos diferentes, hábitos y estilos de comunicación, la mayoría de los esposos, esposas e hijos viven juntos. Aunque pueden a veces tener discrepancias en valores básicos, la mayoría de vecinos viven uno junto al otro. A pesar de los intereses opuestos, trabajadores y gerencia trabajan juntos la mayor parte del tiempo. Incluso con todas sus disputas, la mayoría de naciones viven en paz la una con la otra. La gran mayoría de relaciones entre individuos, grupos y naciones están caracterizadas muchísimo más por la coexistencia que por el conflicto destructivo. Incluso en el siglo que más muertes ha causado, la mayoría de la gente alrededor del planeta ha vivido la mayor parte de sus vidas en condiciones de paz, no de guerra. La paz es la norma.

Es tiempo entonces de dejar de pensar en la coexistencia pacífica como sólo un sueño. Es una realidad. Ello no supone minimizar la existencia o importancia del conflicto y la guerra sino solo recordar la preponderancia de la paz.

Ver la vida humana como la solución pacífica de conflictos interrumpida por períodos de lucha violenta en vez de verlo en sentido contrario, transforma el reto de terminar la guerra (desde una perspectiva de negación) a una de extender la paz (en sentido positivo). Nuestra tarea no es cambiar un absoluto guerra por otro absoluto paz. No es ir de cero por ciento de interacción pacífica a cien por ciento, sino ir desde algo así como noventa por ciento a algo como noventa y nueve por ciento.


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